Ya pasó un tercio del campeonato largo y es momento de reflexión. Al margen de los 15 puntos obtenidos sobre 30 en juego, algo queda claro después de la derrota con Boca: Lanús no es más el equipo temible y respetado que supo ser en los últimos tiempos. Puede ganar, empatar o perder, como cualquiera. Juega más regular o mal que bien, como la mayoría. Algunos lo adjudicarán a los distintos imponderables que dejaron fuera de combate a varios integrantes de peso en el plantel. Otros, a la extensa lista de jugadores de jerarquía que emigraron en la era de los Barros Schelotto y no fueron reemplazados debidamente. Y no va a faltar quien opine que el vacío se deba a que en diciembre hay elecciones y la transición resulta un factor inevitable.

Los altibajos son constantes y muy pronunciados. A tal punto que el Granate pasa de jugar un partido tibio y desalmado ante Argentinos a otro muy inteligente en el clásico frente a Banfield, con perfecta ejecución en función a la planificación. Y luego, en una misma noche, de un furibundo inicio con golazo incluido ante Boca se desmorona toda la estantería a los ¡17 minutos! a partir de una desatención que permite el empate de Carrizo. Desde ese entonces, el dominio territorial y del balón cambió de dueño. Lanús cedió espacios y dejó jugar. Las consecuencias están a la vista… Es cierto que lo pudo empatar e incluso pasar al frente (cuando estaban 1-1) de no ser por Sara. Pero también pudo perder por más diferencia si el equipo de Arruabarrena no hubiese sobrado algunas situaciones que se le presentaron con superioridad numérica y todas las de ganar.

Es lo que hay. Demasiado se redobló el esfuerzo para intentar cubrir la ausencia de Acosta, el máximo referente dentro y fuera de la cancha. La dupla central Barisone-Gómez anuló a Osvaldo. Fritzler corrió y se sacrificó a más no poder (las medias bajas al final sirven de prueba). Aguirre hizo lo que pudo con un hombro dislocado. Como es habitual, Ortiz se cargó la mochila de la conducción y fue el que aportó más claridad. Y qué decir de Melano, luchador como nunca e intratable en velocidad como en sus mejores épocas en Belgrano. Pero no alcanzó. Los errores individuales (Silva lidera el podio por escándalo) y colectivos (¡otro gol de contra después de un córner a favor!) dejaron a este ingenuo Lanús con las manos vacías.

Sería fácil que las críticas recaigan sobre los juveniles (Astina, Di Renzo, Sergio González), de entrega incuestionable. Los responsables están en otro lado. ¿Los mellizos? Poco pueden hacer con tantas bajas y tan poco recambio de nivel. Además de Monetti, Guillermo utilizó 20 jugadores de campo en diez partidos, entre ellos dos que ya no están (Santiago Silva y Melivilo) y uno que sólo acumuló un par de presencias hasta su operación (Braghieri). También probó con cambiar el esquema y la funcionalidad de algunos intérpretes. Pero todavía es imposible tapar el cielo con las manos. El poderío de los grandes, sobre todo Boca y River, se asemeja al que tuvieron a lo largo de la historia. Y en ese contexto de marcada diferencia sobre el resto, Lanús vuelve a aparecer en un segundo pelotón. Casi como un equipo más.