¡QUÉ CATEGORÍA!

Olé juntó a los héroes del ascenso a la B de 1981 con figuras de hoy. Un camino que llevó a Lanús de la C a la Libertadores.

“Voy a contarles una historia. Yo toda la vida fui pintor. Era figura de la Primera y a la vez pintaba departamentos y publicidades de la cancha. Y como en el club sabían que el sueldo no me alcanzaba para alquilar un local, me dejaron montar mi tallercito debajo de la platea. Pinté ahí dos años, hasta que una tarde llegué y encontré todo en el piso. Vinieron los dirigentes y me dijeron: ‘Pino, te vas a tener que buscar otro lugar. Mañana a primera hora empezamos a levantar el estadio de cemento…’”.

“Pino” es José Luis Lodico, artista dentro y fuera de la cancha, un número 5 elegante, símbolo y capitán del equipo que ascendió a la B en 1981. “El club” es Lanús, el milagroso Lanús que llegó a jugar tres temporadas en la C (hoy B Metro) y que en poco más de tres décadas pasó a ser una institución modelo. A casi 36 años de aquel título, Olé convocó a cinco de aquellos pibes que salvaron al club del abismo con otros dos frutos de la cantera dispuestos a seguir haciendo historia. “Somos privilegiados de poder vivir este presente, pero no hay que conformarse. Ahora nos toca a nosotros continuar por este camino”, dicen Nicolás Pasquini y Esteban Andrada, y abren bien grandes los ojos al escuchar las anécdotas que relatan Pino, Horacio Attadía, Néstor Sícher, Ramón Enrique y Juan Antonio Crespín.

Lodico es, como en la cancha, quien dirige la batuta de la charla. Todas las pelotas pasan por él. “Ustedes no saben lo que fue esa época, chicos. Un día, en cancha de Riestra, levanté la vista y vi a D’Angelo, el presidente del club, ¡mirando el partido desde un árbol!”, recuerda el hoy DT de Infantiles y tío de Gastón, figura de la Reserva. “¿Y la de Barracas Central? -interrumpe Enrique-. Cada 15 días había jineteada de caballos. Y en Cambaceres le ponían arena movediza al corner para que no hicieras pie. Si hubiésemos jugado en un césped como éste…”, se lamenta Ramón de cara a la cabecera de Arias, mientras Nico y el Gato asienten con la cabeza. Sobre ese césped, el martes buscarán revertir la serie contra el Millo. “Sabemos que detrás nuestro hay una historia de sacrificio y muchísima gente que nos va a apoyar”, advierten.

Sícher, de gorrita y bigotes, era uno de los más bravos del Lanús campeón. Lateral zurdo y recio, en el vistoso equipo dirigido por Juan Manuel Guerra, además de meter, tenía una función: “En todas las canchas nos daban pelotas distintas. La mayoría número seis, pesadas. Entonces, como no había tribuna, los de atrás la rechazábamos afuera del estadio y desde el banco de Lanús tiraban unas Pintier que llevábamos nosotros. Después se corrió la bolilla y los rivales se avivaron, pero así ganamos cada partido, je”, sonríe. Y Enrique, para muchos el mejor de la dinastía (Héctor también fue parte de la campaña), repasa la vez que entró a jugar una final anticipada con Chaca con los ojos vendados y así “mostrar que ese partido lo ganaba sin mirar”. Tras la vuelta a la B estuvo vendido a River junto a su hermano menor, pero una lesión en el tobillo lo privó de vestir la camiseta del Millo.

De aquel presente a éste nada fue casualidad. El retorno a la segunda división fue el punto de inflexión para todo lo que vendría después: un club con más de 30.000 socios y seis títulos. “Antes teníamos dos camisetas para todo el año. Una blanca y otra granate, que al final del campeonato ya parecía rosa de tanto lavarla. Pero al lado del resto… Había clubes que no tenían ni vestuarios, o eran tan chicos que nos cambiábamos de a tandas o arriba del micro”, cuenta Crespín, quien luego jugó en San Lorenzo e Independiente. “Si en la B éramos Boca, en la C éramos el Barcelona y el Manchester juntos. Contra Chaca batimos el récord de recaudación del fin de semana, incluida la A. Ganar la Copa sería el broche de oro para consagrar esta etapa maravillosa”, desea Attadía, que también subió con la Academia. “Todos queremos lo mismo”, se suma Pasquini. El anhelo es compartido: “Ojalá la semi se quede en casa”.

Yo digo – Héctor Enrique Muchas veces me preguntan cuál fue el día más feliz de mi carrera, y yo me quedo con la tarde en que debuté en Lanús en Primera C. Fue ante Tristán Suárez, en 1980. Metí el gol del triunfo 2-1. ¿Gané el Mundial? Sí. ¿Gané la Intercontinental? Sí. ¿Jugué con Diego? Sí. También. Y soy un agradecido al fútbol. Pero nadie se da una idea de lo que disfruté de ese gol y haber ascendido con Lanús: campeón con mi club, con mis amigos, con mi hermano, y con el mejor DT que tuve en mi carrera. ¿Cómo me voy a olvidar de todo eso? No me lo olvido jamás.


Por:
Leandro Contento
lcontento@ole.com.ar

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