Lanús estuvo muy cerca de la hazaña en Brasil y los hinchas reconocieron al equipo de Guillermo por su enorme actitud y entrega. Fortaleza Granate compartió la inolvidable final de la Recopa con la gente que también desafió un Mineirao repleto y casi es testigo de una de las epopeyas más grandes en la historia del club.
Murió de pie, con la frente alta. Todavía duele, queda la espina de haberse escapado un título que en un momento estaba al alcance de las manos. Pero cuando los 400 hinchas levantaron sus cabezas para despedir al equipo tras el 3-4, el orgullo por semejante entrega y la reconfortable sensación de haber entregado todo invitaron a un aplauso unánime. Sólo así se les podía retribuir parte de lo que ellos dieron. Y bien merecido lo tienen esos gladiadores que, con los Mellizos a la cabeza, siguen posicionando a Lanús en la cumbre del fútbol sudamericano.
«Vamos a hacer lo humanamente posible», coincidieron en la previa Gustavo Gómez y la tesorera Mariel Bruno. Cumplieron, no se guardaron nada. El Granate estuvo a la altura de lo que se jugaba: una final palo a palo contra el campeón de la Libertadores. Y eso que las condiciones se planteaban adversas de antemano… El equipo de Guillermo llegaba de punto y tenía que revertir el 0-1 de la ida en un Mineirao a reventar, que esperaba una cómoda consagración de Atlético Mineiro en los 90′ reglamentarios.
Pero, una vez más, este grupo de luchadores incansables demostró que nunca baja los brazos antes de tiempo. Ese espíritu combativo que contagió a los mismos de siempre a compartir el desafío en tierras brasileñas. Ni el gol tempranero de Tardelli después de un penal dudoso los desmoronó. Por el contrario, los motivó aún más. No estaba permitido rendirse tan rápido. Por eso, fiel a su estilo, el Grana combinó buenas triangulaciones y mentalidad ganadora para dar vuelta el resultado y enmudecer a casi 60 mil almas incrédulas de lo que estaban viendo. El bombazo de Ayala y el tan rezagado olfato goleador de Silva en una jugada a puro suspenso en el estadio ya le imprimían un tinte heróico a la noche de Belo Horizonte.
El desahogo y la algarabía del público granate se frenó con el empate de Maicosuel, que cayó como un baldazo de agua fría. Pero la fe seguía intacta. No era la primera vez que los Mellis y sus dirigidos se enfrentaban a una situación límite. La idea se respeta, la actitud no se negocia y los riesgos están para ser asumidos, ante todo. El ingreso de Melano por Araujo y la decisión de plantarse en campo rival fueron muestras de ello. Tiempista y organizador, Somoza arrojó toda su experiencia para adueñarse del medio. Y Acosta se cansó de desbordar a Emerson Conceicao por la banda derecha, aunque casi siempre resolvió a la inversa de lo que requería cada ataque. Lanús fue arrinconando con entrega y fútbol a un Mineiro que pedía la hora a gritos. Pero el gol no llegaba y la tensión de los hinchas crecía a medida que se acercaba el final. Los cuatro minutos de tiempo adicional no parecían ser suficientes. Al tercero, los corazones se paralizaron cuando Silva se elevó para cabecear y nadie respiró la fracción de segundos que transcurrieron entre la atajada de Víctor, el anticipo de Acosta y la convalidación del juez asistente para el agónico 3-2. Épico.
Las lágrimas de emoción y orgullo se unieron en un mismo sentimiento. Desbordaban como efecto dominó entre los cientos de Granates que impusieron su grito de guerra en un Mineirao perplejo. Era el momento del alargue y se respiraba aroma a hazaña. La inyección anímica del final invitaba a soñar con la cuarta estrella, remota un par de horas atrás. La misma que se esfumó en un abrir y cerrar de ojos con dos goles en contra difíciles de analizar. La suerte no acompañó, está claro. La expulsión del Laucha -alteradísimo por los fallos arbitrales del uruguayo Silvera- y la doble tapada milagrosa de Víctor hacen pensar que la Recopa no era para Lanús. Será en otra oportunidad. Quizás en unos días, el 6 de agosto, cuando el Grana dispute la Suruga Bank en Japón ante Kashiwa Reysol.
No hay tiempo para lamentarse, sí para sentir orgullo y sacarse el sombrero por este equipo que, a unos meses del Centenario, volvió a posicionar al club entre los mejores del continente. Por favor, no dejen de aplaudir.