La agónica derrota en Japón se puede mirar con distintos ojos según qué aspecto se intente analizar. ¿Faltó fortuna para concretar las ocasiones de gol o el Granate pecó otra vez de inmadurez en jugadas que resultaron decisivas? Párrafo aparte para la triste imagen del final, un punto a corregir hace rato.
Otra final perdida. Otra chance desperdiciada. Siempre está ahí, cerca, con papeles dignos y volando cada vez más alto a nivel internacional. Pero le cuesta dar ese pasito al éxito, tan pequeño y grande a la vez. En esta ocasión, a Lanús se le escapó la Suruga Bank, una copa de ínfima trascendencia y ante un rival de menor jerarquía, que parecía ideal para sumar una nueva estrella en vísperas al Centenario. Aunque claro, los errores groseros se pagan caro acá y en cualquier parte del mundo.
¿Por dónde empezar? Es la gran pregunta. Con el diario del lunes (o del miércoles, en este caso), parece todo más fácil. Es evidente que el Granate sigue sufriendo la ausencia de un goleador. Salvo la arremetida que sirvió para dar vuelta el partido en el Mineirao, Silva no logra amigarse con el arco. De buen trabajo para pivotear y arrastrar marcas, el Tanque erró dos cabezazos limpios en la primera etapa y no le creyó a Romero en un centro atrás que dio por perdido antes de tiempo. El resto está en la misma sintonía, ya que volantes con llegada al gol como Ortiz y González también fallaron las suyas. Es una realidad que la suerte tampoco acompaña, como en el cabezazo de Braghieri al travesaño que, pese a rebotar en la espalda de Sugeno, no cobró la fuerza necesaria para traspasar la línea.
Las rachas son así. No hay con qué darle. Cuando venís torcido, las pocas o muchas fallas que tengas, colectivas e individuales, te llevan a sacar del medio. Eso le pasó a Lanús en la noche japonesa: pecó de inmadurez en el final de cada tiempo. Primero por un error grosero de Somoza, eje y figura del equipo, quien adelantó demasiado la pelota en un sector inapropiado y le sirvió la apertura del marcador a Takayama. Y luego Braghieri fue doblemente ingenuo al pifiar un rechazo e ir al piso con vehemencia para frenar a Kudo dentro del área, en tierras niponas y con un árbitro asiático. Después, la decisión del coreano de pitar un penal inexistente no encuentra justificativos válidos a la vista.
Esta serie de situaciones abren espacio para el debate y el análisis en muchos otros. ¿Fue acertado el planteo táctico con casi cuatro mediocampistas de marca ante un rival inferior? ¿Estaba Romero en condiciones físicas y futbolísticas de ser titular? ¿Por qué no ingresó Junior Benítez para aportar algo de desequilibrio en ataque? ¿Para qué viajó Bella si ni siquiera fue al banco? Otros temas son más de fondo. ¿Era el momento de despenderse de dos centrales irremplazables como Goltz e Izquierdoz justo antes del semestre más importante de la historia? ¿Hay alguna explicación a tantos fallos arbitrales en contra durante el último tiempo?
La triste imagen del final, otra vez cargada de impotencia, merece un párrafo aparte. A nadie le gusta perder, está claro. Pero alguna vez hay que saber admitir la derrota. Ningún equipo termina con las manos vacías en cuatro partidos seguidos por culpas o errores ajenos. Un penal mal cobrado sobre la hora indigna, pero no es motivo suficiente para dañar el perfil de un club serio que no para de crecer. La actitud `patotera´ de González, el enojo de Silva, el poco profesionalismo de Araujo y Valdez Chamorro al empujar a un colega para que acelere su salida y otras conductas similares no suman. Por el contrario, restan seriedad y prestigio. Algo que Lanús se ganó en buena ley a través de los años.